martes, 3 de noviembre de 2009

Pero antes...







Antes de contarles lo que descubrí en Amsterdam, y que siginificó mucho para mí pues tiene qué ver con mis orígenes, quiero compartir con ustedes que en días pasados estuve en la ciudad de Monterrey en una visita relámpago tan sólo para sentir en mi peluchito café el tenue calor que en el mes de octubre da un descanso a los regiomontanos después de pasar la época de verano con temperaturas altísimas y con largos días descapotados y luminosos pero también feroces, implacables. La ciudad de Monterrey es una de las que más me gustan; me gustan sus cerros, su horizonte, su empuje, su pasado, su presente, sus plazas, sus museos, su vitalidad, su fuerza, su carácter. El lema del escudo de la ciudad dice "El trabajo templa el espíritu", y creo que es cierto porque los regiomontanos tienen espíritus resistentes, inquebrantables. Monterrey es casi como Monclova. Casi. La Macroplaza es el corazón de la ciudad, y su Faro del Comercio un símbolo parco, austero, que delata el secreto orgullo de los regios por el lugar en el que les tocó vivir. Y el Cerro de la Silla es una estampa indeleble que hace suspirar a quien lo mira por primera vez e inflama de amor el pecho de quien se encuentra con él todos los días. Estuve un fin de semana y tomé fuerzas para continuar con mi viaje por el mundo. En la siguiente entrega les diré qué decubrí en Amsterdam.

No hay comentarios:

Publicar un comentario