domingo, 18 de octubre de 2009

Amsterdam, mi origen (Parte I)



Cuando abrí mis ojitos, el letrero luminoso del Hotel Champagne me dio los buenos días. Eran las 5 de la mañana y mi tren rumbo a Amsterdam partía a las 6 en punto. Acomodé todo en mi mochila de trotamundos y me encaminé hacia Gare du Nord. La Estación del Norte. Su nave central era enorme y el ir y venir de los viajeros me hizo sentir animado, pues como ellos, yo también estaba ahí para inicar un recorrido que había anhelado durante largo tiempo. Acudí a una de las tantas ventanillas para confirmar la salida del tren y el dependiente me pidió, con amabilidad, que si podía hablarle en español ya que él estudiaba mi idoma y quería practicarlo. Le dije que por supuesto e iniciamos una breve conversación en la que él me detalló los pormenores de mi partida. El tren saldría de Gare du Nord  a las 6 en punto y al mediodía ya estaría yo caminando por esas calles y entre esos edificios que han visto pasar a innumerables viajeros y han sido testigos del paso del los siglos conservando a pesar de todo su belleza y sobriedad. Mi corazón se estremeció cuando los vagones comenzaron su marcha. París poco a poco iba quedando atrás; aunque regresaría a la Ciudad Luz a celebrar las fiestas de Fin de Año, no pude dejar de sentir una tonta nostalgia por la ciudad que ahora dejaba y de la que el único recuerdo que ahora me pertenecía era el de los aparadores de Lafayette y el de una noche fría en la que restaurantes y cafés y bares se vaciaron aún antes de que la medianoche impusiera su manto. Al salir de París ya emocionado y ansioso por el hecho de que al fin conocería la tierra de Vincent van Gogh, la ciudad donde murió Rembrant, donde nació Karel Appel y donde muchos otros artistas y pensadores iniciaron su vida o donde la terminaron, no pude sino recordar estos hermosos versos de Alfonso Reyes: "cuando salí de mi casa con mi bastón y mi hato, le dije a mi corazón ¡ya llevas sol para rato!", ¡y vaya que necesitaba de ese sol que nada más sobre el cielo de Monclova puede verse brillar con tanta vitalidad! y es que el invierno europeo, que apenas comenzaba, era tan gélido y envolvente que parecía que fuera a durar miles de años. La primera luz del amanecer le dio al cielo una expresión de cara lavada, como si fuera el rostro de una hada descubriéndome en ese vagón y sonriéndome y alentándome a continuar. Yo también le sonreí y le mande besos a través del cristal de la ventanilla por la que la luz se filtraba con sequedad. Pero no me importó. Estaba ya cerca de Amsterdam y eso era en lo único que pensaba. Finalmente el tren se detuvo. Muy pronto mi vida daría un vuelco total. Mi destino cambiaría por completo. Era en Amsterdam donde estaba la clave de toda mi existencia.

jueves, 8 de octubre de 2009

Primera noche en París











Cuando abordé el avión en el aeropuerto de la Ciudad de México nunca pensé que me encontraría en la fila con una persona tan fina como el arquitecto Jorge Bribiesca, Director del Museo Biblioteca Pape de Monclova Coahuila, grandiosa y entrañable ciudad en la que nací. Amable como siempre lo ha sido me dio algunos tips para sobrellevar el largo vuelo de más de siete horas con destino a París Francia. El vuelo fue en general muy tranquilo, salvo por una turbulencia que en medio de la noche sobre el Atlántico hizo que el avión se sacudiera haciendo tintinear las copas y botellas que en los carritos de las azafatas parecían adornos de navidad por su colorido y tamaño diverso. En la pantalla dispuesta para que los pasajeros vieran las películas o programas de televisión que desearan, también se podía seguir la trayectoria de la aeronave en un mapa que indicaba cómo cada vez más el vuelo se acercaba al viejo continente. De pronto ahí estaba: el aeropuerto Charles de Gaulle. Cuando los neumáticos del hermoso pájaro de acero de Air France se posaron sobre la pista pensé en cuánto arte y conocimiento había regalado Francia al mundo. Ya en el tren urbano que nos llevaría al centro de la ciudad, el arquitecto Bribiesca me indicó que llegaríamos a Gar du Nord en cualquier momento y que a partir de que me bajara en la estación, podría comenzar mi aventura en Europa seguro de que sería inolvidable. Al arribar a Gar du Nord nos despedimos. Él iría a Turquía, yo a recorrer Europa. La noche era hermosa y fría. La ciudad estaba ahí y muy cerca brillaban las cúpulas y torres de muchos templos, de muchos credos. Lo primero que hice, antes que nada, fue dar un largo recorrido por Lafayette, famosísima avenida donde las tiendas del  mismo nombre presumían sus aparadores con recreaciones muy fashionistas y muy conceptuales, contemporáneas y divertidas. Pero sólo tenía unas pocas horas, eran cerca de las once de la noche, y temprano al día siguiente, a las seis de la mañana, partiría a Amsterdam, por lo que decidí buscar un hotel discreto donde reponerme un poco del largo viaje. Encontré uno al lado de Gar du Nord, el Hotel Champagne. Pagué 40 euros, y como buen osito que soy, me dormí tan pronto como me arrellané en la cama. Justo en la ventana, el letrero luminoso del nombre del hotel prendía y apagaba, y para mí, ese resplandor intermitente era el pequeño regalo de bienvenida que sabía me daba, con todo su corazón, La Ciudad Luz.

lunes, 5 de octubre de 2009

Una tarde en Niza



Aquella mañana abordé en Roma el tren que debería llevarme a París, pero por un paro de labores que trabajadores ferroviarios impusieron en los límites de Francia e Italia, los pasajeros fuimos obligados a bajar en Ventimiglia. Había entonces que viajar de ese sitio a Niza para conectar una salida que nos llevara a la Ciudad Luz. Fue así que conocí a un chico de nombre Manuel que viajaba con su madre; juntos fuimos a preguntar a la estación de trenes de Niza por salidas a la capital francesa, y se nos dijo que había por la tarde despues de las 5. Entonces Manuel, qua había vivido en Niza cuatro o cinco años atrás se ofreció para darme un paseo por los sitios más representativos de ese paraíso francés. Visitamos un mercado, los cafés cerca de la playa por donde se encuentra el monumento a los norteamericanos que defendieron la ciudad en la Segunda Guerra Mundial, las ruinas griegas en un monte desde el que se mira el mediteráneo en toda su belleza, y la iglesia ortodoxa que el Zar de Rusia mandó construir junto al mausoleo donde reposan los restos de su hermano menor. En un puesto de periódicos vi en la primera plana de casi todos los que ahí vendían la noticia de la muerte de Benazir Butto. La playa es hermosa. Esa tarde hacía frío y el mediterráneo parecía como una tela de celofán azul.