Cuando abrí mis ojitos, el letrero luminoso del Hotel Champagne me dio los buenos días. Eran las 5 de la mañana y mi tren rumbo a Amsterdam partía a las 6 en punto. Acomodé todo en mi mochila de trotamundos y me encaminé hacia Gare du Nord. La Estación del Norte. Su nave central era enorme y el ir y venir de los viajeros me hizo sentir animado, pues como ellos, yo también estaba ahí para inicar un recorrido que había anhelado durante largo tiempo. Acudí a una de las tantas ventanillas para confirmar la salida del tren y el dependiente me pidió, con amabilidad, que si podía hablarle en español ya que él estudiaba mi idoma y quería practicarlo. Le dije que por supuesto e iniciamos una breve conversación en la que él me detalló los pormenores de mi partida. El tren saldría de Gare du Nord a las 6 en punto y al mediodía ya estaría yo caminando por esas calles y entre esos edificios que han visto pasar a innumerables viajeros y han sido testigos del paso del los siglos conservando a pesar de todo su belleza y sobriedad. Mi corazón se estremeció cuando los vagones comenzaron su marcha. París poco a poco iba quedando atrás; aunque regresaría a la Ciudad Luz a celebrar las fiestas de Fin de Año, no pude dejar de sentir una tonta nostalgia por la ciudad que ahora dejaba y de la que el único recuerdo que ahora me pertenecía era el de los aparadores de Lafayette y el de una noche fría en la que restaurantes y cafés y bares se vaciaron aún antes de que la medianoche impusiera su manto. Al salir de París ya emocionado y ansioso por el hecho de que al fin conocería la tierra de Vincent van Gogh, la ciudad donde murió Rembrant, donde nació Karel Appel y donde muchos otros artistas y pensadores iniciaron su vida o donde la terminaron, no pude sino recordar estos hermosos versos de Alfonso Reyes: "cuando salí de mi casa con mi bastón y mi hato, le dije a mi corazón ¡ya llevas sol para rato!", ¡y vaya que necesitaba de ese sol que nada más sobre el cielo de Monclova puede verse brillar con tanta vitalidad! y es que el invierno europeo, que apenas comenzaba, era tan gélido y envolvente que parecía que fuera a durar miles de años. La primera luz del amanecer le dio al cielo una expresión de cara lavada, como si fuera el rostro de una hada descubriéndome en ese vagón y sonriéndome y alentándome a continuar. Yo también le sonreí y le mande besos a través del cristal de la ventanilla por la que la luz se filtraba con sequedad. Pero no me importó. Estaba ya cerca de Amsterdam y eso era en lo único que pensaba. Finalmente el tren se detuvo. Muy pronto mi vida daría un vuelco total. Mi destino cambiaría por completo. Era en Amsterdam donde estaba la clave de toda mi existencia.
domingo, 18 de octubre de 2009
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oh terry, hace tanto que no te veo, desde nuestro viaje a cuba donde convivimos felices y te tomé hartas fotos. que sigas viajando mucho de mucho. no tenía idea de tu título, chin!
ResponderEliminarbesitotes
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